Agentes de la policía en la puerta del instituto de Jerez en donde un alumno atacó a profesores y compañeros con dos cuchillos Nacho Frade | EUROPAPRESS

Las redes sociales se posicionan entre #YNoPasaNada y #Profefobia sobre el papel de los profesores en las crisis de convivencia en los centros

02 oct 2023 . Actualizado a las 17:50 h.

Con el inicio de curso ocurrió una tragedia en Jerez: un alumno de tercero de ESO sacó unos cuchillos de su mochila y comenzó a atacar a profesores y alumnos. Cuando fue detenido, el menor resumió el porqué de su conducta: «¡Ya no podía más, he estallado!». Al parecer, el chico, con trastorno del espectro autista (TEA), era víctima de acoso escolar. Y a partir de este caso se ha creado en las redes sociales una especie de guerra entre quienes se preguntan cómo el claustro desconocía la presión a la que estaba sometido (o no había hecho nada) y quienes están hartos de que se exija al colegio más de lo que puede dar. Dos etiquetas simbolizan ambas ideas: #YNoPasaNada y #Profefobia.

La etiqueta #YNoPasaNada es una campaña llevada a cabo por familiares de alumnos con TEA que señalan la soledad, abandono, incomprensión e incluso abuso que sufren sus hijos en los colegios e institutos ante la pasividad de profesores, directivos, orientadores y adultos en general. Comenzó a usarla una madre, Belén Jurado, y pronto se extendió a muchos otros. Sobre todo denuncian que nadie apoya a sus hijos: fotos escolares que se programan a una hora en la que estos niños no están, excursiones a las que no van, enviarles a comer a un espacio aparte del resto para que no sufran bromas y abusos… La soledad de estos estudiantes es sobre todo lo que señala ese #YNoPasaNada. El ejemplo fue el propio agresor de Jerez, que se pasaba los recreos solo en el patio; algunos docentes del centro contestaba a las preguntas de amigos y periodistas asegurando que el chico no era violento, lo único singular de él es que siempre estaba solo.

Esta especie de #Metoo del acoso escolar tiene como aliados también a los maestros. Y es que estas denuncias cuentan con el apoyo de muchos profesores que entienden el porqué de la protesta, y consideran que no es un ataque a los docentes sino al propio sistema, que hace difícil pararse ante cada caso particular de los alumnos. Eso no les impide hacer autocrítica como una manera de superar los errores y mejorar.

En la comunidad educativa se señala que la integración masiva de alumnos con necesidades educativas especiales debe hacerse con medios y rigor. Falta personal adecuado, cuidadores suficientes según los casos, las clases de secundaria con treinta alumnos son inabarcables y los profesores pasan más tiempo a veces peleando con la burocracia que planificando su día a día. También es cierto que en muchos centros la tutoría de los primeros años de ESO, los más problemáticos por la edad de los alumnos, recae en los últimos docentes que se incorporan, muchas veces interinos; en Galicia en el año 2019, uno de cada tres tutores de primero de ESO era nuevo en el instituto (en ese momento, en la Comunidad Valenciana lo era el 92%). Como advertía hace años el experto Gerardo Echeita, no es lo mismo escolarización que inclusión.

En Galicia la situación es en conjunto algo mejor que en otras comunidades. Más del 90% de los alumnos con necesidades especiales de apoyo educativo están escolarizados en centros ordinarios, una medida porque unos y otros forman parte de la misma sociedad y deben crecer juntos. Hay iniciativas muy buenas, muchas veces más por la voluntad del profesorado que por los recursos disponibles. De hecho, ya hay familias que quejan de esta situación de abandono, esa falta de lucha para que los derechos lleguen a todos. En la última semana saltaron las quejas de las familias de un colegio de Ourense y de las de Sarria.

En el otro lado están no pocos profesores y directivos escolares que están hartos. Hartos de que se les señale como causantes o responsables de los males de la sociedad: que si hay accidentes de tráfico porque los niños no aprenden en el colegio educación vial; si hay violencia machista, porque no se les enseña en igualdad y respeto; si hay homofobia o xenofobia, la culpa es de ellos por no abrirles los ojos al mundo real, aunque hacerlo igual les cuesta un disgusto con una familia; que en las clases haya ahora alumnos de muy diversa condición sin contar muchas veces con formación o recursos suficientes para atenderlos de forma individualizada; que se les exige que los estudiantes sean cultos, educados, respetuosos, amables, curiosos y trabajadores sin pensar que sus padres tienen mucha (por no decir toda) la responsabilidad; a eso hay que sumar los padres no quieren que «adoctrinen» a sus hijos y desconfían de los maestros. Y todo eso, con nuevas leyes cada legislatura (van cinco que les afectan directamente), recorte de medios en cuanto se atisba una crisis y crítica de la sociedad por sus tan cacareados tres meses de vacaciones. La etiqueta #Profefobia va por ahí.

Con ese #Profefobia denuncian la violencia que sufren, no solo por parte de la sociedad que los señala, sino la física de alumnos y de familias. Cada cierto tiempo salta la noticia de un alumno que ataca a un profesor, un padre que amenaza a la maestra, una madre que la insulta… Es cierto que bajo esta etiqueta también hay quien no quiere afrontar de ninguna manera una autocrítica mínima que le interpela en su papel con los niños más vulnerables.

El ruido de los hastagh esconde pues un debate muy importante y necesario para la escuela española, pero que posiblemente debería encontrar acomodo en otros foros y no en las redes sociales, donde la neutralidad se considera traición, las críticas un ataque y las razones una excusa.